domingo, 4 de abril de 2010

Autodestrucción...


Enloquecía bajo los susurros de quien la había crucificado, un corazón desgarrado y arrojado al parqué donde la sangre a borbotones cruza como un río la estancia.

Y a pesar de arrastrar su cuerpo destrozado, aunque sus lagrimas se recorren por un ser que no entiende de piedad y de perdón.

No pudo dejar de amarle, fueron los celos, nadie lo sabe, pero sus mirada refleja todo el dolor de la vida, todo el ansía del mundo, todo el tormento del ser humano, toda la impotencia de no haber actuado más allá de un inútil pestañeo…

Las cuerdas se recogen de forma torpe y casi grotesca, fuese o no su intención el fatídico día llegó y su alma en pedazos sucumbió, no importaron los gritos pues fueron ahogados.

La resistencia no tuvo sentido, los pies descalzos resbalaban en su propio ser incapaz de sostenerse, incapaz de hablar, incapaz de decir sus últimas palabras, incapaz de dejar de derramar lagrimas que reflejasen el rostro del culpable.

No pensaba en la muerte, no pensaba en que todo acababa, no sentía odio, solo podía amar y llorar por no haber podido decirlo…